Eleimeth I.

Mafia: Ciudadano Neutral


Nombre: Eleimeth Iyarac


Edad: 21 años


Fecha de nacimiento: 29 de febrero de 1988


Apariencia física:
De rasgos finos y cuerpo ligeramente torneado, Eleimeth se considera una mujer común de ojos claros y pelo largo, que suele llevar suelto o recogido con una simple coleta. Tiene una estatura media, mas sus piernas son largas, haciéndola parecer un poquito más alta.
Eleimeth destaca lo que más le agrada de su físico con una barra de
labios color cereza que siempre lleva consigo; no suele maquillarse
mucho más.

Viste ropa cómoda, aunque acostumbra a combinarla con tacones o complementos de colores vistosos.


Características psicológicas:
Aunque ambigua y algo extraña, Eleimeth puede llegar a ser una gran compañera. Le gusta llevar su vida libremente y sin ataduras, lo que puede interpretarse como un carácter distante. Sin embargo, sabe usar muy bien su faceta amable y cordial.

Presenta una sensibilidad poco desarrollada para su naturaleza femenina, fruto, tal vez, de su experiencia personal. Ambiciosa e inconformista, se caracteriza por luchar hasta conseguir sus objetivos.
Abierta y decidida, Eleimeth vive totalmente el presente y suele evitar las discusiones filosóficas, así como los pensamientos trascendentales. No obstante, bajo esa capa se encuentra una persona inteligente y con ganas de experimentar.


Otros datos:
Aunque muy sana y sin indicios de drogas ni alcohol, Eleimeth se permite algún capricho ocasional, sobretodo en situaciones de estrés. Puede llegar a ponerse muy nerviosa cuando no controla la situación, y tal vez es en esos momentos cuando muestra su lado más estúpido.


Historia:
Sus padres murieron cuando aún era una niña, y se crió con sus tres hermanos mayores. Sin embargo, recuerda una infancia feliz que compartió con sus compañeras de colegio y que terminó como una adolescente más.

Pasados los años, Eleimeth tuvo que empezar a buscarse la vida después de que sus hermanos tuvieran que viajar hasta Bierville, un pequeño pueblo francés, por motivos que no quisieron comentarle. Ella quiso con todas sus fuerzas irse con ellos, pero la lograron convencer de que tenía que quedarse en Cardiff. Bueno, en realidad no la convencieron, pero la advirtieron de que no viajaban precisamente para divertirse, y de que pasarían allí una larga temporada. Después de ese argumento y como signo de la madurez que ya había alcanzado a sus recién 21, decidió quedarse en su pueblo natal.
Sola y sin rumbo fijo, Eleimeth deseaba vivir su propia vida que hasta entonces no había podido llevar a cabo por no disponer de una total libertad a causa de la convivencia con sus hermanos. Se propuso, como primer objetivo, conseguir un trabajo estable, y por lo demás, todas las oportunidades que surgieran en el día a día.

En un día de abril, Eleimeth salió de casa y miró a su alrededor. De acuerdo, había podido sobrevivir mínimamente con el dinero que le enviaron sus hermanos en los dos meses anteriores, pero la situación no podía seguir así.
¿Qué había en Cardiff? Absolutamente nada. Podría haber inspirado a más, pero su experiencia y cultura la limitaban a pequeños comercios sin futuro. Quizás fuera el momento de probar otras cosas.
Ahí fue cuando vio más clara que nunca la posibilidad de partir hacia Londres. Al fin y al cabo, sólo eran cuatro horas en tren, y para lo que se había planteado valía la pena: trabajaría en alguno de los muchos sitios que permite seleccionar la capital, y más adelante vería cómo sacar adelante su futuro. Estudiar, quién sabe.

Como buena alocada y decidida que era, en mayo Eleimeth cogió el primer tren hacia la cuidad. Todo pintaba esperanzador con el último dinero que le había enviado su familia, y contenta miró el reloj; sólo quedaban 30 minutos para llegar a la estación.
Una vez allí, cayó en su fatal error. No había hecho reserva en ninguna clase de hotel ni residencia.
Sintiéndose torpe e inútil, echó una ojeada a su cartera; después del gasto del tren, no podía permitirse cualquier cosa, aunque tampoco tenía ninguna vía de escape ni guía turística.

Resignada, se sentó en uno de los bancos de la estación, esperando una señal divina que sabía que no aparecería; de hecho, tampoco aparecería nadie tan simpático como para prestarle algún dinero y recomendarle un sitio donde pasar la noche.

Entre el murmullo de las personas y el pitido incesante de los trenes que iban y venían, Eleimeth se fue quedando dormida encima de su maleta no muy grande; las pintas y la postura que tenía en aquel preciso instante hubieran avergonzado a sus orgullosos hermanos, que seguían haciendo sus cosas sin importar lo demás.